domingo, 8 de julio de 2012

JUEGOS OLIMPICOS

"Vamos los gordos" Grito de aliento de Jennifer Dahlgren para los lanzadores. Una atleta que hizo de su debilidad, su fortaleza. “Y ahora quiero una final”.

Es nuestra forma de alentar a los lanzadores. No hay complejos. Cuando a uno le va bien, muchas veces twitteó así: vamos los gordos, je”. El aliento no es despectivo ni habla de falta de autoestima. Jennifer Dahlgren muestra seguridad en cada palabra. Sabe que su peso hoy es su arma. Incluso en el perfil de su tweet se presenta como una gordita simpática. Si en algún momento fue una debilidad, hoy es una fortaleza. Fortaleza que la hace soñar con una final olímpica en Londres.



–Para una mujer, por la demanda de la sociedad, no debe ser fácil...



–Y, es fuerte. Siempre era gordita. Me encantaría tener cero por ciento de masa grasa, pero no es mi realidad. Tengo que entrenarme para lanzar lejos, debo practicar y comer para poder lanzar lejos. Esa es mi realidad.



–Pero me imagino que en la adolescencia… –(interrumpe) Mi adolescencia no fue fácil. Había encontrado el deporte pero era una edad difícil. Me sentía mal, hay un momento en el que querés ser igual a las demás y yo me sentía diferente, pero no desde lo bueno. No en una forma positiva. Los chicos son muy duros y crueles en esas etapas. Fue un proceso que tuve que pasar para poder salir. Tomé todo lo negativo en el colegio para ponerlo en positivo. Pasé cosas feas.



–¿Como cuáles? -Me medían la espalda con una regla, por ejemplo. O dibujaban una heladera de dos puertas y le ponían una carita con el nombre Jenny. Son muy crueles los chicos. Hoy por hoy, mi cuerpo es mi herramienta para hacer algo. Algo que creo muy copado, que me hace competir por todo el mundo. Es importante que las chicas no sientan esa presión, ese molde ajeno que te impone la sociedad, hoy por hoy los casos de anorexia y bulimia han crecido mucho. Uno tiene que ser lo que es.



–Y cuando te presentan a alguien y le decís que sos lanzadora de martillo, ¿qué te dicen? –Me hacen el gesto de bala o de disco y ahí explico. O te dicen, ¿tirás de verdad un martillo? Por todo el mundo fue creciendo. A los dos años se fue de la Argentina, de ahí otros tres a San Pablo. La vida familiar continuó en Houston, también con un paso por Connecticut. Cuando en el 97 regresó al país, la pequeña Dahlgren practicaba fútbol, softbol, básquet y apenas se había iniciado en el atletismo.



–¿Jugabas al fútbol? –Si no estuviera haciendo atletismo, quizá habría seguido jugando al fútbol. Era una buena arquera. Igual jugué un poco de todo, pero alcancé a jugar en selectivos de arqueros. Después al atletismo llegué un poco de casualidad. Fui a acompañar a mi hermana Sabrina y me empezaron a insistir a mí. El entrenador era un ex atleta de la especialidad, Andrés Charadía. Me convenció y me entrené con él hasta que en el 2004 me fui a la Universidad de Georgia, con una beca completa por lanzamiento de martillo.



–Cuándo te das cuenta de un buen lanzamiento.



–Cuando soltaste el martillo. Son cuatro vueltas, si arrancaste bien y seguís acelerando, tenés que soltarlo. Es tanta la acumulación de energía, cuando lo soltaste, sabés. Lancé más en un entrenamiento que en un torneo. Hasta que empareje eso no me voy de acá. ¿Cuánto? No digo el número por cabulera.



–Atenas, Pekín y ahora Londres. ¿Qué fuiste cambiando? –Haber clasificado para Atenas a los 19 años fue fuerte. Mi primer año en la categoría, no había hecho ni un Sudamericano y de repente a los Juegos. Fui a tomar experiencia sin expectativas deportivas. Después de Pekín, me junté con Marcelo (Pugliese, su entrenador) y empecé a hacer las cosas más prolijas. Un poco más profesional y armé un equipo de trabajo. A ocho años de Atenas, y soy otra persona.



–Sos otra persona, otra atleta que sueña con...



–Una final. Ese es el primer paso. El segundo, llegar entre las ocho primeras para tener diploma olímpico. Ahí ya no sé, no digo imposible pero una medalla sería muy difícil. No es por no querer, je. Voy a estar peleando centímetro por centímetro.

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