Luna Park: Triste, solitario y final - El boxeo allí parece haber cumplido un nuevo ciclo, atento a que se va el año y no hay proyectos a la vista. ¿Pero quién deja a quién? Buen momento para recordar su historia y la del pugilismo allí, con los tintes pasionales en todos los sentidos que lo construyeron, hoy ausentes.
Por Gustavo Nigrelli
Cuando hace un año y monedas -el 7 de setiembre de 2013- Javier Maciel y Gustavo Falliga protagonizaron el combate de fondo en el Luna Park, en ocasión de la “despedida” del boxeo de Jorge “Locomotora” Castro -con “Mano de Piedra” Durán como figurita decorativa-, en bizarra jornada-, nadie imaginó que esa velada frívola, desolada, y boxísticamente poco digna del emblemático estadio, estuviera marcando el cierre del segundo ciclo boxístico en el estadio de Corrientes y Bouchard.
Tampoco en aquel 17 de octubre de 1987, tras el irrelevante choque entre Adolfo Arce Rossi y Ramón Abeldaño -más un simulacro que una pelea-, se sospechaba que se estaba asistiendo a la última cita boxística de un largo período de 6 décadas, cuando días después, Tito Lectoure bajara la persiana del boxeo profesional en su templo, tanto para el estadio como para el gimnasio, donde entrenaban cotidianamente las figuras.
En ninguna de las dos ocasiones hubo previo aviso, y ambas fueron en festivales que lejos estuvieron de ser el broche de oro que el Luna se merecía, hoy más por emblema que por jerarquía, dado que su estructura y diseño se quedaron atrapados en aquellos nostálgicos tiempos del blanco y negro, aunque las remodelaciones y los esfuerzos de producción lo vistieran de gala a cada función.
Nadie lo anunció oficialmente esta vez, pero ni falta que hace.
Se va el 2014, y de peleas, nada. Sólo hay programada una para el 1º de noviembre en la jaula de las MMA –el Arena Tour IV-, y la anterior fue otra similar, el Arena Tour III, con la truchada del Ninja Horacio frente a un 4 de copas, realizada el 15 de agosto.
Sin embargo, las artes marciales mixtas consiguen lo que el boxeo no: pelear allí. ¿Cómo se explica que para ellas sea redituable económicamente, mientras que para el boxeo no sea negocio, excusa predilecta de promotores y dirigentes?
Algo no cierra.
Haciendo un breve repaso, quienes podrían hoy encabezar una programación en el Luna, están en las últimas, o no tienen planes inmediatos.
El “Chino” Maidana está más cerca del arpa que de la guitarra aunque aún sea joven. Pero de él olvídense por alrededor de 1 año, con la madre y la esposa tironeando para que se retire tempranamente.
Maravilla está esperando los resultados de sus estudios, pero ya este año está perdido, y de volver, su reaparición va para largo.
Cuellar y Matthysse pelean afuera, mientras que con Reveco y Narvaes, cada vez que hay un compromiso importante, últimamente se piensa en una provincia, y si es en CABA, en La Rural, GEBA, u otros, pero no en el Luna, quien para cualquier otra programación quedaría grande.
Intereses políticos, que se mezclan con lo económico, influyen bastante al respecto, más en época electoral como la que se avecina, donde cada cual tiene su reducto y banca monetaria, que el boxeo aprovecha.
A esto se agrega que el Luna hoy pertenece a Caritas y a la orden Salesiana de San
Juan Bosco, por testamento.
Es que tras la muerte de Doña Ernestina Devecchi de Lectoure –el 9 de febrero de 2013, a los 95 años-, dueña del estadio, así quedaron las cosas legalmente, aunque en sus últimos tiempos de Parkinson y Alzheimer, se comentaba que los papeles se los manejaba una terna de personas, compuesta por abogados y contadores, con otra mirada e intereses.
Historia de sobrinos -ya que sus dueños nunca tuvieron hijos y fue pasando a éstos a medida que aquellos fueron desapareciendo-, el Luna es además una historia de amor digna de Hollywood, en algún caso jamás confesada.
A la muerte de José “Pepe” Lectoure en 1950 -fundador junto a Ismael Pace en 1932, y esposo de Ernestina, 20 años mayor que ella- la pujante y bella mujer tomó las riendas de su marido. Y tras la de Pace en un accidente automovilístico en 1956, Ernestina le compró el total de las acciones a la esposa de éste, para quedarse con todo.
Sin embargo, por bajo perfil y prejuicios de la época, dejó a su sobrino político, Juan Carlos Tito Lectoure -19 años menor que ella-, a cargo del control público y político de éste, y le cedió el 5 % de las acciones. Tito fue la cara visible del Luna, mientras que ella era quien decidía puertas adentro.
A la muerte de Tito, en tales funciones lo sucedió su sobrino Esteban Livera, quien reflotó el boxeo en el templo, mas sin el poder de su tío en cuanto a manejo, por fuertes disputas internas que resistían al deporte de los puños.
La longevidad de Ernestina mantuvo viva la tradición del estadio -declarado monumento histórico en 2007 por gestión de Livera- y al propio Livera allí, pero se veía venir que su deceso traería aparejado cambios radicales.
Casualidad o no, así fue. Por voluntad propia, o vaya a saberse de quién, de un plumazo se barrió con todo, Livera incluido.
Cuesta creer que Ernestina haya tramado algo post mortem que no se animó a hacer en vida.
La cuestión es que paulatinamente se fue apagando un ciclo de amor y lucha con el que se edificó el estadio cerrado más importante y antiguo de Sudamérica, aunque no está claro por decisión de quién.
Hoy los intereses son otros, la sociedad también, y hay distintas urgencias y necesidades. El Luna ya no le sirve mucho al boxeo, ni el boxeo al Luna. Es posible que esta vez, pasión ausente, quien se haya marchado por las suyas sea el boxeo, quizás sin intenciones ni razones para volver.
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