Murió Walter Gómez - Walter Gómez fue una de las grandes figuras de la época de oro del boxeo pampeano. Gómez sufría desde hace 7 años el mal de alzheimer, había vivido en Río Gallegos , luego fue trasladado a Buenos Aires donde el día domingo dejo de existir .
Entre tantos boxeadores que pasaron por las distintas escuelas pampeanas en toda la historia, hubo grandes campeones que prestigiaron con excelentes campañas a nuestro deporte. Es el caso de Walter Desiderio Gómez, un verdadero personaje con quién tuve una muy buena amistad hasta hoy. Apareció un día cualquiera en el gimnasio fortinero pidiendo entrenar con Tévez y Espinosa. En poco tiempo se perfiló para ser grande porque realmente tenía “pasta”.
Como peleador tenía buena técnica y cuando se lanzaba al ataque era contundente, de fuerte pegada y con buen desplazamiento en el ring. Para ser “perfecto” le faltó mejorar su defensa y más contracción al gimnasio; se comió alguna demás por este motivo.
Protagonizó grandes combates, la mayoría de los cuales vi o relaté y quedaron mil anécdotas. Era rubio y buen mozo como se decía en aquellos tiempos y eso lo notaban las mujeres. No parecía un boxeador. Si le ganaba aquella noche de Luna repleto -con Carlos Monzón defendiendo su título mundial- a Carlos María del Valle Herrera, tal vez hubiera sido otro cantar, pero “la taba cayó culo” y Walter perdió. Esa noche ya lejana fue de banca y volvió de punto. Así es la vida.
Finalmente y en forma muy merecida, se consagró campeón argentino y sudamericano. Si en estos tiempos de vacas super flacas peleara, seguramente tendría una chance por alguna corona mundial. Una noche arriesgó su faja sudamericana en San Nicolás de los Arroyos y allá fuimos -como siempre- a relatar la pelea. Enfrentaba a un mediocre brasileño de largos brazos quién una hora antes llamó a los organizadores y les dejó esta inquietud: “Si no me pagan antes, no peleo”, en un claro portuñol.
No les tenía confianza. Después de dos horas exactas de cabildeos y tratativas, el negro se decidió a subir y bajó rápidamente porque Walter le metió un “piñazo” en el segundo round que todavía le debe doler, clavándolo en la lona por toda la cuenta (le hubieran contado cien y no se levantaba).
Sin embargo pasó un increíble momento en el primero cuando el morocho lo “embocó” con una derecha de largo recorrido que lo dejó impecablemente sentado en la lona. Se levantó como el viento y comenzó a pegarle hasta por teléfono, con izquierda y derecha, arriba y abajo, hasta que lo desparramó sin contemplaciones.
Otra noche, en el verano del ’77, fue convocado por Tito Lectoure para enfrentar nada menos que al bahiense Carlos María Giménez (campeón de los 63,500) que se preparaba para enfrentar a Antonio Cervantes, -el Kid Pambelé- otrora rival del “Intocable” Nicolino Locche.
Era un choque muy esperado de campeones. El combate más difícil para Walter. La balanza debía dar 65 kilos; el bahiense subía y el nuestro bajaba gramos, de acuerdo al arreglo que hicieron. Lo cierto es que la esperada batalla frente al mar se realizaba un viernes y allá fuimos en dos autos el miércoles anterior. Walter Gómez se había entrenado duramente en el gimnasio Albo hasta las 3 de la tarde; no almorzó, tomó dos botellitas de jugo y partimos. El boxeador y Chito Tévez lo hicieron con otro amigo que luego voló al cielo, Carlos Cabrera.
Era una risa como se trataban durante el viaje por su gran amistad; Chito lo llamaba King Kong y “Cabrerita” le decía “Vinchuca”. Nuestro púgil no comió más hasta el viernes, casi al mediodía.
El jueves no fue mejor para Walter, ya que entrenó mañana y tarde, pero no pudo comer. Por la noche se “lastró” dos limones con cáscara y todo.
El viernes de la pelea partimos con las últimas sombras de la noche y las primeras luces del día al lugar del pesaje, porque parecía que el pampeano no daría el peso y le preocupaba mucho quedar mal con Lectoure -el promotor más grande de la historia del boxeo nacional-.
Se estaba construyendo el Estadio del Mundial 78 y a pocos metros funcionaba la Comisión Municipal de Boxeo marplatense. Alguien nos dejó entrar al recinto donde se pesarían a las 10, pero el primer inconveniente se nos cruzó al medio y nos pegó en la mandíbula. Había dos balanzas. En una se pasaba por casi 100 gramos y en la otra por mucho. Todos nos paseábamos nerviosos con la vista en el piso, hasta que surgió una idea. “Alguien” de los nuestros preguntó: ¿Qué pasará si se rompe esta balanza? Curiosamente a la hora señalada había una sola báscula en condiciones, por lo que Walter Gómez -sonriente- saludaba a todos porque su pesaje estaba en orden. Tenía tanto hambre Walter que rápidamente se clavó dos enormes pebetes de cocido y queso con dos gaseosas y sólo atinó a decir cuando los devoró: “Un pampeano que se repuso”. Al ring habrá subido con 70 kilos por lo que comió al mediodía.
Esa noche, con las olas del Atlántico a nuestra vista, besando suavemente las playas de La Perla, Walter le metió un “bombazo” al bahiense en el segundo, que lo dejó sentado en la lona. Después de lo que había soportado, fue capaz de voltear rápidamente nada menos que a Carlos María Giménez. Un fenómeno.
El bahiense era bueno sin verso. Se levantó con la rapidez del rayo y en base a su gran oficio, arribó al final del episodio. Después, se fue reponiendo hasta que pasó a dominar las acciones cuando promediaba la pelea. Comenzada la segunda parte, el pampeano (ya sin aire) acusó un intenso dolor en su hombro. Subió el médico y paró la pelea.
Walter se había quedado sin resto fundamentalmente y con esa lesión habrá dicho: ¿Para qué seguir? Luego en el camarín, Tito Lecture le preguntó con la mejor cara de no creer nada: ¿Te lesionaste?…
Un mes después Walter Gómez viajó a México para ayudar a Campanino en su pelea con Pipino Cuevas. Concluida su etapa de boxeador se dedicó a entrenar pugilistas con algunos de los cuales tuvo buena figuración, hasta radicarse definitivamente en Río Gallegos donde montó un gimnasio. Hoy, a la vuelta de tantos años y cuando la salud no lo acompaña como en sus épocas de esplendor, lo recordamos como lo que fue: un gran pugilista, con salidas espectaculares, una picardía sin igual y un rosario de anécdotas increíbles. Walter Desiderio Gómez, un querido amigo boxeador, con pasta de campeón.
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