LOS CASOS MAS BIZARROS - Hay jugadores que son contratados por fortunas; otros, por una bolsa de pelotas o chocolates y papas fritas. Los episodios más increíbles. Foto Popescu.
En 2009, Real Madrid gastó 132 millones de dólares, más que el PBI anual del archipiélago de Kiribati, para comprarle a Manchester United el pase del portugués Cristiano Ronaldo. Es, todavía, la transferencia más cara de la historia. En el extremo opuesto de la cadena alimentaria futbolera, suele darse otra realidad. Muchas veces, los cazatalentos logran llevarse a verdaderas joyas en bruto y pagarlas con más ingenio que billetes. Si de Ronaldo se podría decir que lo ficharon por su peso en oro, no debería sorprender entonces que en 2002 el Vindbjart noruego le vendiera el pase de Kenneth Kristensen al Floey por su peso en camarones frescos. Habría que haber presenciado la negociación para semejante acuerdo. Algo similar ocurrió en 1977, cuando un DT sueco aceptó dirigir un equipo de Islas Feroe si en el contrato le garantizaban pescado fresco todos los días.
Es que la riqueza de los grandes clubes europeos es sólo la punta de un iceberg que tiene en su base una cantidad innumerable de instituciones humildes y cuentas por sanear. Esto es así desde que arrancó el profesionalismo. En Inglaterra, en 1927, el Stockport le vendió al Manchester United a Hugh McLenahan, una joven promesa que aún no había debutado en Primera. Como el Stockport regenteaba un bazar para financiarse, el directivo del United Louis Rocca le hizo una oferta que no pudo rechazar: un freezer repleto de helado, gentileza de su compañía familiar. Algunos años antes, en 1921, Hull City compró el pase de uno de los mejores marcadores de punta de la historia del fútbol inglés, Ernie Blenkisop, por apenas 200 libras y… ochenta pintas de cerveza.
Está claro que esto no sucede sólo en Europa. En 2006, Audax Italiano, de Chile, se quedó con el pase de un jovencito de 16 años con muchas condiciones: el argentino Franco Di Santo. La transferencia desde Tiro Suizo de Rosario, su club de origen, se realizó por la heterogénea suma de 12 pelotas, dos redes para los arcos y 40 litros de pintura. Di Santo, hoy, juega en el Wigan de Inglaterra. Mucho antes, en el amateurismo de 1928, Huracán compró el pase de un tal Federice –jugador del club Almafuerte–, con 300 chapas de zinc que le habían sobrado de la construcción de una tribuna. En Europa del Este, Rumania se queda con el premio a las transferencias imposibles. En 1990, el Universitatea Cracovia le vendió el pase del crack rumano Gheorghe Popescu (que llegó a jugar en el Barcelona y disputó tres mundiales con su selección) al PSV Eindhoven, muy vinculado con la compañía Philips, a cambio de una buena dotación de artículos electrónicos.
En 1998, por sus problemas económicos, Jiul Petrosani, un equipo que en los 70 ganó la Copa de Rumania, se desprendió de su estrella Ion Radu por dos toneladas de carne vacuna y porcina. El plan era revender la mercadería para pagar los sueldos del plantel, según explicó el presidente. Ese mismo año, cedió a Liviu Baicea por diez pelotas al UT Arad.
En 2006, el mismo Petrosani, hoy en la Tercera del fútbol rumano, le compró a Minerul el pase del juvenil arquero Cristian Balgradean, ahora en Dinamo Bucarest. La moneda de cambio fue la instalación de una tubería de gas en la ciudad de Lupeni, cuyo orgulloso intendente era el presidente del equipo vendedor.
Más trágico fue el caso del defensor Marius Cioara, que en 2006 pasó del UT Arad, de Segunda, al Regal Hornia, de Cuarta, por 15 kilos de salchichas de cerdo. Cioara se sintió tan insultado por el hecho, que decidió dejar el fútbol. Atormentado por las bromas que recibía, se mudó a España para trabajar en una granja.
El fútbol inglés también aporta lo suyo. De hecho, varias estrellas británicas padecieron la humillación de una venta ridícula. Sobre todo en la década del 80, los tiempos de ajuste que vivía el país también afectaron al fútbol, en especial para los equipos más chicos. Y los poderosos sacaron su tajada. Tomemos como ejemplo a Tony Cascarino, gloria del fútbol irlandés y doble mundialista, que pasó del Crokenhill al Gillingham en 1981 a cambio de unas chapas de zinc, según los rumores. Cascarino lo niega y aclara que abonaron su pase con equipos para el gimnasio.
En tanto, Ian Wright, un histórico de Arsenal, se mudó en 1985 del pequeño Greenwich Borough al Crystal Palace. ¿El precio? Un juego de pesas. En 1981, un John Barnes de apenas 18 años emigró del Sudbury Court al Watford por un set de ropa deportiva. Cinco años después, Liverpool lo compró por 900 mil libras. Ambos militaron durante años en la selección inglesa. Otro caso resonante: Gary Pallister. En 1984, se fue del Gillingham al Middlesbrough por un conjunto de ropa deportiva, una bolsa de pelotas y una red. Años después, Manchester United adquirió el pase del primer caudillo de la era Ferguson por 2,3 millones de libras. Un negocio redondo para el conjunto de Sir Alex.
En el ascenso del fútbol británico hay más historias. En 1998, Hyde United dejó ir a su goleador, Lutel James (había anotado 29 goles en 85 partidos). Su destino fue el Bury, que se lo quedó por 200 libras y una bolsa de pelotas. En 1999, el defensor Zat Knight pasó del amateur Rushall Olympic al Fulham por treinta equipos de gimnasia. Se rumorea que la ropa deportiva salió de las tradicionales tiendas Harrod’s, propiedad de Mohamed Al-Fayed’s, presidente del Fulham. Pero muchísimo más triste fue el caso del ítalo-inglés Giuliano Grazioli, que un año antes había aceptado pasar a préstamo del Wembley F.C. al Stevenage Borough por un chocolate Mars y tres bolsas de papas fritas. Por Mariano Mancuso.
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