"El árbitro estaba comprado" - "Si no ganamos, el partido no termina" Lo dijo Leiva, pero fue el sentimiento de todo el plantel. Los neuquinos la pasaron mal, con un clima hostil y muchas amenazas.
CHIVILCOY (Sebastián Busader, enviado especial).- El dolor era intenso en el plantel, pero también existía la sensación de que la tarea se había cumplido. Mucha verdad en la filosofía bielsista: hay que prestarle mayor atención al camino desarrollado que al resultado final. Se aprende más en las caídas que en el éxito.
"Fuimos superiores en los 180 minutos, pero la mano negra apareció. Estoy caliente, pero tranquilo a la vez", señaló José Ancatén, autor de un gol anulado cuando el partido estaba 2-0. "Todo el tiempo nos prepotearon y buscaron lo peor. Desde que llegamos al estadio nos trataron mal. Estaba todo arreglado, no tengo dudas", despotricó el Negro.
"El árbitro estaba comprado, no puedo pensar en otra cosa. Nos anularon dos goles por faltas que no existieron y en cada una de nuestras contras nos cobraron todos off side. ", disparó Rafael Leiva.
Gustavo Kraulec, uno de los mejores de la cancha, se refirió en el mismo sentido: "Todo el equipo jugó un partidazo, lástima que el árbitro los ayudó a ellos. Además de los goles no cobrados, hubo patadas descalificadores que merecían tarjetas rojas. Pero bueno, esto es fútbol, hay revancha rápida y tenemos que prepararnos para la promoción".
"Si no ganamos, el partido no termina"
Los neuquinos la pasaron mal, con un clima hostil y muchas amenazas.
CHIVILCOY (Sebastián Busader, enviado especial).- El fútbol en esta final se tornó más melodramático de lo que suele ser en general y en su matriz. La locura desatada en el partido de ida jugado en Neuquén continuó en esta ciudad e impregnó de violencia y sospechas un juego que en realidad debía ser de 22 hombres dispuestos a dejar el alma para quedarse con la gloria.
El plantel de Independiente llegó a 9 de Julio (a unos 100 kilómetros de esta ciudad) con custodia, igual que las estrellas de rock en la previa a un recital en algún país del Tercer Mundo. Los jugadores de Gustavo Coronel hicieron una práctica liviana el sábado por la tarde y, cuando regresaron al hotel, la recepcionista les hizo saber que habían recibido una amenaza: si había clasificación, el colectivo llegado desde Neuquén volvería convertido en cenizas, prometió la voz anónima. No le dieron demasiada importancia. Pero la hostilidad fue llamativa en las horas previas a la final de vuelta. Lo "raro" en realidad tuvo que ver con que el maltrato se gestó desde la dirigencia y los colaboradores locales. "No los podemos dejar pasar porque allá los van a querer matar", o "si no ganamos, el partido no termina", fueron algunas de las frases que vomitaron aquellos que en realidad tenían la obligación de llevar paz. La prensa fue instalada en un pulmón con custodia policial, no tuvo acceso a los vestuarios, se vio impedida a la hora de registrar imágenes y a las radios foráneas hasta le cortaron la energía para que no pudiesen transmitir, antes que el partido comenzara.
El presidente de Rojo, Gastón Sobisch, fue agredido cuando arribó la delegación al estadio y los jugadores denunciaron que en el vestuario habían sacado los bancos para cambiarse, cortado el agua y que al término del cotejo hasta les lanzaron gases lacrimógenos. "Allá nos trataron como animales, pero acá los vamos a tratar como seres humanos", repetía antes del inicio un dirigente que no quiso dar el nombre.
"Nunca viví algo así. Recuerdo que en la final en San Luis nos trataron muy mal. Pero fueron los hinchas no los dirigentes. Esto no lo vi nunca", dijo el Papi Dehais. Se refería a la final de 1979, cuando él era jugador de un plantel que perdió también por penales ante Juventud Unida. La historia se repitió, 33 años después.
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