martes, 23 de noviembre de 2010

LOS POTREROS FUTBOL INFANTIL

Fútbol Infantil: ¿Trabajo o diversion? ¿Esfuerzo o placer?
¿Competencia o juego? ¿Pena o gloria?
Hacia fines de la década del setenta comienza a manifestarse en nuestro
país un nuevo fenómeno, impensable pocos años atrás, pero fácilmente explicable en los tiempos que corrían: aparecen en Buenos Aires las primeras Escuelas de Fútbol Infantil. Para ese momento, comienzan a desaparecer gradualmente los potreros. El tiempo libre de los padres disminuye para llevar a sus hijos a jugar, la calle y las plazas se hicieron peligrosas, por lo tanto se perfilaba en los jugadores de renombre que abandonaban la actividad una forma lucrativa de seguir ligados al fútbol explotando su bien ganado prestigio.

QUINTA PARTE
La inevitable moda Europea, fue un argumento para que se diera la rara
paradoja de que en un país apasionado por el fútbol en esencia, gusto y tradición, se hiciera necesario enseñar a jugar y a practicar el fútbol. Es importante señalar en este punto la diferenciaron lo que ocurría hasta ese momento donde los maestros que había en cada club, pulían y perfeccionaban el proyecto de jugador que les llegaba después de los doce o
trece años, con mucha pasta ganada en la calle y en el potrero, en el barrio contra barrio, haciéndose sin ningún apuro y sin las presiones de los mayores, con reglas hachas y vigiladas por ellos mismos.
Hoy las cosas han cambiado mucho, los clásicos “picones” se transformaron
en entrenamientos varias veces a la semana, los torneos con tablas de posiciones duran varios meses y hasta se corre el riesgo de descender de categoría a los seis o siete años. Todo esto hace que el concepto de “jugar”, se halla modificado por el concepto de “trabajar” de jugador, en función de los intereses de los grandes y no de los niños.
Teniendo las mejores intenciones (preparar los mejores jugadores desde
el principio), no tomamos por el camino adecuado, siempre en prejuicio de los niños, y por extensión, del fútbol en general. Hoy las escuelas de fútbol serias, que son muchas, no participan de torneos sistemáticos (con tablas de posiciones) sino que se manejan con encuentros con otras escuelas y trabajan a conciencia.
Pese a esos ejemplos, la inmensa mayoría de los chicos futbolistas están
en clubes donde forman parte de un espectáculo para parientes (padre, madre, hermanos, tíos, abuelos, etc.) donde se los someten a todo tipo de presiones y se les exige mucho más de lo que pueden y quieren dar.
Pero… se recauda buen dinero con los pibes.
El comienzo del niño en el deporte, ha cambiado totalmente sus objetivos
en los últimos tiempos, transformando la enseñanza gradual y con sentido de futuro, otra apurada, producto de la búsqueda de una especialización temprana y sin sentido.
“Un niño que no juega es un adulto que no piensa”, la convención de
los derechos del niño determina claramente que el juego es uno de los derechos fundamentales de los niños, ya que es una de las herramientas más valiosas para su desarrollo global, tanto en lo físico, como en lo psíquico y en lo emocional. Los niños deben jugar, porque el juego sensibiliza la imaginación y la inteligencia, los hace compartir e interactuar y es una excelente herramienta para la inclusión.
La escena se repite en los distintos barrios de la ciudad de La Plata, en
la Capital Federal y en algunas ciudades del interior del país. Un grupo de niños se entrena en un club o en una escuelita de fútbol. Corren a un ritmo constante, esquivan conitos para medir su destreza, cabecean pelotas, responden con ganas a las órdenes de un entrenador que los tiene “cortitos”. En muchos casos, todo esto sucede ante un público muy especial: sus padres, que se instalan como espectadores, críticos, profesores, árbitros y hasta relatores de un juego infantil.
Esa actitud se acrecienta hasta lo increíble si se trata de un partido en el marco de un campeonato de una liga infantil.
Un dato interesante es que todos los niños que están en esas canchas
tienen muchos años en el fútbol, a pesar de tener poca edad. Es asombroso
verlos hacer memoria de cuando empezaron a jugar, como si fueran verdaderos veteranos, cuando apenas llegan a los 10 o 12 años de edad.
No cabe duda de que el fútbol es una parte importante de sus vidas, lo
palpan desde la cuna, lo viven, lo sienten, lo disfrutan y lo sufren, como hinchas y como jugadores. Pero ¿Hasta qué punto un niño de menos de 12 años puede participar, más allá de este amor natural por la pelota, de las presiones del fútbol grande? ¿Cómo enfrentarse tan temprano a esos modelos inalcanzables que son lo jugadores profesionales que ganan millones de dólares, salen en las fotos de los diarios y las revistas y viven en un mundo casi irreal de fama, fortuna y gloria? ¿Qué pasa con todos los jugadores que no llegan a esa cumbre? ¿Quién dice algo de esa inmensa mayoría de jóvenes con ilusiones que quedaron en el camino hacia el éxito? ¿Dónde quedo el espíritu del potrero del que salieron grandes figuras del deporte?
El argentino vive el fútbol y pondera el éxito, todos lo somos. En el
fútbol infantil, a veces los padres no pueden ver más allá de la obtención de un resultado. La obsesión por el logro de una victoria impide ver lo que realmente puede llegar a dar su hijo y se ponen como locos (o fuera de si).
La presión se vuelve algo cotidiano y todos, padres, hijos, entrenadores,
árbitros y público, pierden de vista el motivo por el que están jugando. La meta ya ni siquiera es el gol. La meta es llegar, ser el mejor, él numero uno. Y se olvidan que para ser él numero uno, hay una sola vacante. La competencia como la que se suele ver en los partidos de torneos infantiles la imponen y la exigen los adultos, los niños simplemente juegan.
Será que además de volcar sus propias ilusiones y deseos en sus hijos,
aparece en la imaginación de muchos padres, algo que forma parte de un pensamiento colectivo de esta época: la idea de su hijo como “salvador” de la familia. Si el niño patea bien la pelota puede ser la solución para todos. Claro que este pensamiento no se da en todos los padres por igual, algunos lo admiten directamente, otros solo se animan a insinuarlo y algunos ni siquiera se dan cuenta de que les sobrevuela. Pero esta. Y la pregunta es hasta donde puede ser valido.
Esta nueva ilusión no conoce fronteras ni clases sociales. En cualquier
barrio humilde o en las villas de emergencia, donde jugar al fútbol siempre fue algo muy ligado a la vida cotidiana, es posible que hoy mas que nunca, este presente la posibilidad de convertirse en jugador profesional como la única salida para abandonar la marginalidad.
Lo que hasta hace un par de décadas era simplemente el entretenimiento
obligado de los que no tenían otra distracción, hoy es casi el campo de prueba para los que sueñan con salir de allí, y su habilidad y dominio sobre la pelota es un pasaporte para dejar la pobreza. Allí, entre las chapas y los campitos de tierra reseca, también se organizan torneos de fines de semana. Los pocos recursos se destinan a este ritual que combate contra los fantasmas del presente.
El fútbol puede ser la única salida para zafar de la droga, la violencia o
la delincuencia en lugares como este. “África es la principal fuente de futbolistas menores para Europa. Sin embargo eso no significa una mejor calidad para sus vidas. Todos esos niños y adolescentes salen de su país sin conocer el idioma, con lo puesto. Si no funciona en el sistema mercantilizado del fútbol europeo, quedan varados, dependiendo de su suerte, que suele ser poca”. Este trafico de niños y jóvenes es el punto máximo de la desproporción entre deporte y negocio, el vértice mas desgarrado y cruel del mercado del fútbol.
Los números dan una idea de lo escalofriante de este mercado. En los últimos años de la década del noventa, unos cinco mil trescientos chicos (5.300) de distintos países se encontraban dando vueltas en distintos clubes de categorías inferiores del fútbol italiano. Pero de esos, solamente veintitrés (23) tenían un contrato efectivo. El promedio de edad apenas superaba los diez años. El futuro para esos chicos que quedan en el camino es dramático. Sin un peso para volver a sus casas, caen en la marginalidad, descartados como mercancía inservible. En estos casos el fútbol se convirtió en un moderno tráfico de esclavos, disfrazado de salvoconducto para la prosperidad.
La Argentina también forma parte de este problema con varios casos
resonantes, como el de los chicos tucumanos en Italia. Héctor Mauricio Gramajo, Miguel Ángel Robles, Luis Miguel Rodríguez, Alfredo Horacio Carrizo, Mariano Jesús Campos y Oscar Daniel Álvarez, todos de 13 y 14 años, viven en un convento en la ciudad de Arezzo. Sus padres firmaron un poder para que un representante los llevara a Europa a probar suerte. Todos quieren ser jugadores profesionales, aunque las posibilidades son mínimas. El verdadero viaje de los chicos, todos de familias muy humildes residentes en pueblitos de la provincia de Tucumán, tiene que ver con otros intereses, bien distintos de sus sueños. En general, los ponen a jugar partidos amistosos con la intención de “mostrarlos” y ubicarlos en equipos grandes. Pero los mismos involucrados en el tema confiesan que eso será posible con un solo chico cada 45 mil que llegan al país. Muchos incluso denuncian un tráfico de niños proveniente de África y Sudamérica en
una variante moderna de la explotación.
“El diputado italiano Saro Pettinato, ex presidente del Atlético Catania,
afirmo que desde Argentina, hay gente que le puede enviar chicos. Cada uno
vale cinco mil dólares, me dijeron. Pero no me estaban hablando de derechos federativos, me vendían directamente a las criaturas”, dijo en una entrevista al diario Clarín (6/01/2000, Cuando el fútbol trafica sueños).
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