ZIZINHO EL ÍDOLO D EPELE NO PUDO GAMBETEAR LAS LAGRIMAS - Zizinho fue uno de los grandes cracks del fútbol de Brasil. Lo eligieron mejor jugador del Mundial de 1950, pero cada vez que recordó esa Copa del Mundo lloraba por el Maracanazo. Es el máximo goleador de la historia de la Copa América junto a Tucho Méndez.
Un rato antes, Pelé había sido -junto a la modelo Claudia Schiffer- una de las principales atracciones de la ceremonia inaugural del Mundial de Alemania, en 2006. El Allianz Arena, de Munich, le había ofrecido una ovación como homenaje. Y él, tres veces campeón de la Copa del Mundo, había vuelto a sentir el grato cosquilleo de la gloria.
Lucía la felicidad que se había hecho sonrisa y postal de la consagración en Suecia 1958, aquella suerte de Navidad del fútbol en la que Edson Arantes do Nascimento se había comenzado a mostrar al mundo. Esta vez, con aquella sensación de los días de juventud habitándolo, fue invitado a recordar por un periodista español que lo esperaba a la salida del Salón VIP: ¿Y quién era su ídolo? Pelé tardó menos que un suspiro en dar la respuesta: "Mestre Ziza". Se refería a Thomaz Soares da Silva, el memorable Zizinho.
Pelé lo admiraba. Lo observaba con asombro, lo seguía, procuraba aprender de él. O Rei decía y dice de Zizinho: "Zizinho era completo. Tanto jugaba en la mitad de la cancha como en el ataque. Era ofensivo y sabía marcar. Y no tenía miedo de la cara fea de sus rivales".
Tenía razón: aunque arrancaba como mediocampista, llegaba siempre como un delantero más. Sus goles lo cuentan: es el máximo anotador de la historia de la Copa América, junto al argentino Norberto Tucho Méndez, con 17 goles. Para Brasil, convirtió 31 tantos en 54 encuentros. También sus títulos hablaron de él: ganó cuatro Cariocas con Flamengo (tres de ellos de manera consecutiva entre 1942 y 1944), un Paulista con San Pablo (en 1957) y un Sudamericano con Brasil.
En la Copa América se destacó cada vez que la jugó. Sin embargo, Zizinho jamás pudo ser el máximo anotador en una edición. En la de 1949, la de su único título en el torneo continental, participó de un equipo memorable, que jugaba al ritmo del carnaval. En ocho encuentros ese seleccionado brasileño convirtió 46 goles (siete de ellos en el impresionante partido definitorio frente a Paraguay, en el Sao Januario de Río de Janeiro). A un año del Mundial que Brasil iba a organizar, nada hacía pensar que ese equipo no se consagraría campeón del mundo.
Pero Zizinho -como todo Brasil- sufrió un golpe que lo marcó para siempre: el Maracanazo de 1950. La caída frente a Uruguay en el encuentro decisivo se le transformó en llanto o en sollozo cada vez que la recordaba. Poco le sirvió de consuelo haber sido elegido como el mejor futbolista de esa Copa del Mundo, un logro totalmente justificado. El periodista Giordano Fatori escribió entonces en la Gazzetta dello Sport que el fútbol de Zizinho le hacía recordar "a Da Vinci pintando alguna cosa rara".
Tampoco los laureles que le pusieron después alivianaron el peso de aquella derrota: la IFFHS (homologada por la FIFA) lo eligió como el quinto mejor futbolista brasileño del siglo XX (sólo detrás de Pelé, Garrincha, ZIco y Didí) y como el duodécimo entre los sudamericanos. No se jactaba ni se enorgullecía de los apodos que se había ganado por mérito propio, con su condición de militante del carácter lúdico del fútbol: "Mestre Ziza", "Doutor"; "O Senhor do Gol", "Professor". Sí, Zizinho era eso para el fútbol, para sus compañeros, para los que tenían el gusto de disfrutarlo en el campo de juego: maestro, doctor, señor, profesor.
La noticia de su fallecimiento, en 2002, recorrió el mundo. Un crack de todos los tiempos se había ido a los 81 años. El diario El Mundo, de España, recordó su historia y su estigma. "Tras la humillante derrota por 1-2 ante 200.000 compatriotas, Zizinho fue proclamado el mejor jugador de la competición y con ello quedó a salvo de las devastadoras críticas que afectaron a sus demás compañeros por el resto de sus días. Quizá por ello evitaba recordar el asunto y eludía a los periodistas con la misma habilidad que mostraba en las canchas al encarar a los adversarios.
En julio de 2000, al conmemorarse el cincuentenario del Maracanazo, Zizinho aceptó tras muchos ruegos evocar el tema, pero las lágrimas afloraron y, derrotado, se disculpó entre sollozos, dio media vuelta y se esfumó con la misma velocidad que empleaba para llegar a la portería contraria". Lo mismo le pasó en cada una de las entrevistas posteriores. Más de medio siglo después, aquella herida todavía no tenía cicatriz.
Le dolía por cada brasileño, por él mismo y, sobre todo, por su amigo Moacir Barbosa, el arquero que pasó de superhéroe a villano perpetuo en aquel gol de Alcides Gigghia que le dio el título mundial a Uruguay. Jamás entendió ni aceptó la persecución sufrida por Barbosa. "La prensa mató a Barbosa.
El vivió mal el resto de su vida. No podía vivir en ningún lugar. Fue demasiado cruel para él", le dijo alguna vez al diario O Globo. En aquel 2000, el de los 50 años del Maracanazo y el de la segunda muerte de Barbosa, Zizinho también sintió que aquella derrota jamás lo dejaría en paz.
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