La bomba de David Nalbandian - A pesar de tanta experiencia en la Davis, hoy Del Potro no
sabe qué hacer. Nalbandian, con su retiro, dejó todo en mano de los que
vendrán. El análisis de Federico Giammaría.
Las selecciones argentinas necesitaron un inventor.
Existían, está claro, desde el momento en el que se crearon como
representaciones grupales del deporte nacional. Pero tomaron dimensión
extraordinaria cuando un jugador las dotó de una mística y pasión que hasta
allí no tenían. Fue David Nalbandian quien
hizo de laCopa
Davis una cuestión nacional.
Sí, Guillermo Vilas fue un referente innegable en su época y
puso al país a seguirlo por el mundo, hasta llegar a aquella final perdida ante
Estados Unidos. Pero fue otra época, más sencilla en lo mediático y menos
compleja en sentimientos populares. Lo suyo fue más una patriada individual que
un sueño colectivo.
Hasta Nalbandian, la Copa Davis era un evento que compartían
los fanáticos del tenis, los periodistas especializados y algún que otro
curioso. No había drama argentino por una derrota, una victoria o una renuncia
a jugarla. La pasión, hasta la llegada del cordobés allá por 2002, estaba
reservada para otras selecciones.
Como Diego Maradona en el fútbol, Nalbandian dotó
de una esencia profunda, nacional y popular al tenis. Transformó una
competencia de individualidades que se jugaba en el Lawn Tennis Club de Buenos
Aires en una causa que desbordó los límites de las canchas de polvo de ladrillo
y que hoy es anhelada por todo el país.
Si Vilas es el dios del tenis en Argentina, David fue el
profeta que lo bajó a la tierra.
Bomba
Por eso, nada será igual a partir de Nalbandian. Capaz de jugar lesionado luego
de viajar 12 horas hasta Suecia, de llorar ante el Himno Nacional, de operarse
la cadera y el hombro con el único objetivo de intentarlo ante Checa, de
enojarse al borde de las piñas en un vestuario de Mar del Plata... el de
Unquillo reinventó su deporte.
Y, de paso, le dejó una bomba a los que vendrán. Bomba que
ahora está en manos de Juan Martín del
Potro. El significado de estar, o no, en el equipo nacional de tenis
es abrumador para sus jugadores.
Lo supo Del Potro cuando llegó tarde a la serie final ante
España, en Mar del Plata y un país le pasó factura cuando cayó derrotado. Lo
supo cuando no se presentó ante República Checa aquel domingo de los silbidos
en Parque Roca. Y lo supo cuando decidió no volver a jugar por su país en 2013.
Cualquier error hará explotar todo.
A pesar de tanta experiencia en la Davis, hoy Del Potro no
sabe qué hacer. El pasado viernes anunció que no jugará la primera fase ante
Italia, más por despecho que por convicción. Al menos, así suena la carta dirigida a dirigentes y al capitán del equipo,
Martín Jaite. Una carta en la que mostró su costado más egocéntrico y en la que
predominan sus argumentos personales, cuando la respuesta que se necesitaba era
una confirmación (o una negativa).
El resto del planteo se refiere a privilegios menores, de
fácil resolución, que no merecen difusión mediática en la carrera de semejante
jugador (que está entre los cinco mejores del planeta).
Todo lo dicho en la carta por Del Potro pudo haberse
hablado. Como siempre lo hizo Nalbandian en su carrera. Públicamente, el
cordobés pocas veces fue al choque con sus colegas. Actitud que no lo exime de
su fama de hosco, difícil e incluso, insoportable en las malas; pero que lo
mostró como un profesional fuera del court: con sus colegas, a los trapitos los
lavó (o al menos trató) en casa.
Del Potro no lo entendió, se confundió y ha llegado a un
lugar del que será difícil regresar: renunció a la selección que inventó
Nalbandian, la de la pasión y la camiseta, con la barra en la tribuna y el
sueño de millones. Lejos de lo que le pedía la historia, quiere ahora ser el
mimado de los dirigentes, sueña con el clamor popular y espera alfombra roja
para volver a jugar la Davis. Será difícil. Maradona hay uno solo.
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