domingo, 16 de mayo de 2010

NARVÁEZ BICENTENARIO BICAMPEÓN

De otra categoría Briceño duró como rival lo que tardó Narváez en encontrarle la vuelta a la noche, a la pelea, y también a la categoría. Y fue más de lo esperado, y con más contratiempos que los esperados pero, de todas formas, terminó allá arriba con la fiesta, como siempre en el Luna.El nicaragüense logró acertarle a la distancia, que ya a priori lo favorecía, y por un par de asaltos complicó las chances del campeón, pero mas lo complicó por sus reiterados fules que terminaron por costarle tres puntos de descuento del árbitro Luis Pavon, quien, generoso, incluso tardó demasiado en advertir los cabezazos del moreno que utilizó casi como un tercer puño. Por lo demás, Briceño terminó siendo presa una y otra vez de las decisiones veloces del trelewnse, de su exquisito desplazamiento sobre el cuadrilátero y de los latigazos arteros del argentino minaron el físico y la mente rival
El centroamericano lo intentó pero llegó siempre tarde a donde ya no había nadie porque Omar, cuerpo y psiquis en otra dimensión, lo dejó la mayoría de las veces tirando manos a una noche que cada vez se le puso más vacía y cuando acertó, lo hizo sin limpieza, sumando poco.
Así sufrió una y otra vez las contras filosas de un Narváez que, lejos de parecer un debutante en los 52 kilos, se plantó como si hubiese vivido la vida en la categoría y cuando las cosas se pusieron mal por el corte y el cabezazo, sacó a relucir el coraje y la estirpe de campeón.La elección del templo de Bouchard y Corrientes no pudo ser mejor. Ante este monstruo de mil cabezas que es el público porteño, que ha visto a los mejores en sus mejores años, Omar desplegó otra vez en el final sus movimiento mixtura de eficacia y seducción que liquidaron a un Briceño tosco ante ese baile huracanado, y que además espolearon el ya clásico dale campeón que bajó desde las tribunas regalándole a este gigante la música más bella para sus oídos.
El jab molesto para mantener a distancia a un hombre más alto y de brazos más largos, las entradas furtivas para castigar en cuerpo y alma, y el andar zigzagueante que nunca le dio a Briceño un blanco fijo, hicieron diferencia sobre otro rival que llegó con ínfulas de campeón al Luna y que se fue no sólo derrotado, sino también frustrado ante tamaña exhibición pugilística.
Omar Narváez es al boxeo lo que las grandes películas al cine: pueden haberse visto, y conocerse sus argumentos, incluso el final, pero aun así el espectáculo sigue siendo magnífico y por eso la convocatoria nunca está en duda.
Por momentos, esta madrugada, no pareció boxeo en el palacio de los deportes, sino una corrida con un matador haciendo gozar al público ante los embates erráticos de un toro que mostró enjundia, es cierto, pero que aprendió también de una vez y para siempre que con la bravura no alcanza cuando el rival pertenece al cerrado círculo de los elegidos. En la previa el propio chubutense había sido explícito: no lo seducía la historia, no especialmente, si de acumular defensas o coronas se trata, pero una vez que Diego Torres empezó a sonar y toda la concentración se posó sobre Briceño, los argumentos económicos quedaron en el camarín y Narváez salió decidido a regalar, y regalarse, otra noche de boxeo mezcla de pelea por título del mundo y clase magistral de cómo se juega este negocio de pegar sin dejarse pegar.Así Omar entró de lleno en un terreno que le era desconocido, el de los Superplumas, y que manejó como el más avezado.
Es que, se sabe, para los grandes las categorías sólo son un número que se acusa en la balanza, pero que no se siente en el cuadrilátero. A la hora de los argumentos, los mejores siempre imponen su verdad.Las tarjetas de los jurados, otra vez simplemente testimoniales, no hicieron más que refrendar en números la coronación del rey del boxeo de cuerpo chico, pero altura grande.En un año donde los “K”juegan todo a doble o nada, es Omar Narváez el que impone su propia liturgia en el mundo de la resina y en patria propia festeja el bicentenario a lo bi campeón.-

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