La mágica irreverencia de Reutemann - El ex piloto argentino, con 29 años, sorprendió al mundo en 1972, al lograr la pole position en su presentación en la Fórmula 1, en el autódromo de Buenos Aires; el desgaste excesivo de las gomas lo dejó en el séptimo lugar. Por Daniel Meissner.
Se estima, en muchos casos, que la primera impresión es la que cuenta. Por lo tanto, para un deportista, el debut puede actuar como un detonante. Si todo sale según lo planeado, a veces ayuda al protagonista a encumbrarse y tomar envión para una campaña que refrende su calidad. Si las cosas resultan al revés, quizá lo envuelva una decepción que actúe como condicionante para todo lo que llegue después.
Cuando Carlos Alberto Reutemann debutó en la Fórmula 1, el 23 de enero de 1972, en el autódromo de Buenos Aires, ya tenía -antes de largar- un lugar ganado en la historia de la categoría. Eso no ocurre con todos. Es que el día anterior, gambeteando la incredulidad de la mayoría, había logrado el mejor registro en la clasificación, lo que ya lo había hecho entrar en las estadísticas sin siquiera tomar parte de un Gran Premio. El calor reinante aquel fin de semana no intimidó a los miles y miles de hinchas que volvían a disfrutar de la gran carrera internacional en la Argentina después de 12 años. El sábado 22, con las tribunas casi colmadas como en un día de carrera, los parlantes trajeron la gran noticia al finalizar la prueba de clasificación, ya que no existía la simultaneidad de hoy: sobre el níveo Brabham BT37 N° 2 que sólo contaba con el auspicio estatal de YPF, "Lole" se quedaba con la pole position para su carrera debut. El público estalló sin imaginar que en el pit lane empezaba a generarse una gran controversia.
Las sensaciones encontradas en los boxes lo decían todo. En el de Brabham, el flamante director deportivo del team, un joven ambicioso llamado Bernie Ecclestone, dibujaba una franca sonrisa y alzaba los brazos. En el de Ferrari, su colega Mauro Forghieri salía disparado hacia la torre de control, sin argumentos nítidos, para reclamar por el "imposible" registro del novato. Pero la organización lo confirmaba, pese a la cara de molestia de Forghieri y a la incredulidad de muchos otros.
Así, el debut de Reutemann se convirtió en una arista con varios atractivos. Por un lado, era un piloto local en el mejor lugar de partida al que una multitud ya se había entusiasmado, de la noche a la mañana, en ver ganador. Y por otro, flotaba la incógnita de saber cómo respondería ese muchacho de 29 años a la presión a la que iban a someterlo pilotos, como Jackie Stewart, Peter Revson, Denis Hulme, Emerson Fittipaldi, Clay Regazzoni, François Cevert, Jacky Ickx, Mario Andretti y Ronnie Peterson, que en ese orden, largaban a su espalda.
Carlos no se amilanó. Salió con firmeza y los primeros metros lo vieron enseñando el camino ante el estallido de las tribunas de la recta principal, que al mejor estilo de la "ola" en el fútbol, iban levantándose de a una al paso del Brabham para dar crédito a lo que veían. Claro, atrás de Reutemann viajaba el campeón, Stewart, que al llegar a la primera curva, estiró la frenada y tomó la vanguardia. A partir de entonces, el escocés dio una cátedra conductiva sobre el modelo 003 de la casa de Surrey que no supo de sobresalto alguno.
Reutemann trató de seguirle el ritmo, pero el desgaste de sus neumáticos empezó a sumirlo en un atolladero de intrigas. El compuesto G29 de Good Year, que el argentino no había aceptado, era el que finalmente le calzaron en su máquina. Su intuición le advertía que el G31 era el adecuado, pero aún su palabra parecía no tener el peso suficiente en el equipo. Mientras, Stewart ganaba con un auto impecable (al que como siempre, devolvía íntegro a su escudería) y el espléndido desenvolvimiento de su caucho, que -vaya casualidad- no era otro que el compuesto G31...
Una forzada detención para no perder más posiciones acabó por retrogradar a Reutemann al décimo lugar, desde el cual comenzó a avanzar hasta afianzarse otra vez detrás de Stewart, aunque ahora con una vuelta menos y en el séptimo puesto, que finalmente fue en el que ocupó. Los aplausos del final lo premiaron como si hubiese ganado, y el propio Stewart lo invitó a subir al podio para que el reconocimiento le llegue como una suave brisa curativa de la angustia. Su carácter férreo y su conducción pulida ya darían que hablar con 12 victorias en 146 GP. El primer paso, con esa "pole" impensada, lo había dado a pura irreverencia en aquel colmado autódromo porteño.
TYRRELL LO INTUYÓ EN EL ACTO
El sábado 22, casi todos los jefes de equipo se aliaron a la protesta de Mauro Forghieri sobre el registro (1m12s46/100) de Reutemann. Todos menos Ken Tyrrell, quien explicó a la vuelta de los años: "Nosotros nunca dudamos del tiempo de Reutemann. Él conocía el autódromo y era un gran piloto. Quizá, que un corredor nuevo fuese el más rápido molestó a muchos jefes. A mí no". Al día siguiente, ganaba su piloto...
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