David Flier
“Con la verdad se llega a todos lados. Ser sincero y no tener pelos en la lengua para hablar vale más que una banda de cosas”. Jony sorprende con su musculosa de Orlando Magic, de la NBA, que viste como único abrigo pese al viento helado de La Plata. Sorprende, también, por la sabiduría que brota de sus labios de 21 años. Jony no juega al básquet, ni da discursos para multitudes. Jony lleva tres años preso por un robo. Pero, a veces, su mente escapa del encierro. Al menos cuando juega al rugby en Libertadores, el equipo de la Unidad 54 de Florencio Varela que participa en un torneo de Unidades intercarcelarias. Y dice que es ahí, dentro de la cancha y con la pelota ovalada en las manos, que aprendió cuán valiosa es la sinceridad y cuán importantes son los vínculos.
El “Torneo Actitud Deportiva” tuvo su primera fecha en agosto, en la Unidad 9 de La Plata. Allí se encontraron cinco equipos, cuatro de jóvenes adultos y uno de adultos. Se trata de un encuentro que forma parte del Programa Libertad desde el Deporte, organizado por la Fundación Deportistas por la Paz (ex Fundación DAD). Desde la organización tienen una certeza: las actitudes que se vuelcan en la cancha se pueden trasladar a la vida. Y con esa premisa buscan el desarrollo humano de los chicos. Los resultados están a la vista.
Lo puede atestiguar el propio Jony. “Aprendí a ser más unido con mis compañeros gracias al rugby”, admite, minutos después de ayudar a sus rivales marcándoles un error durante el partido. También destaca que, a diferencia de lo que puede pasar en un partido en la calle, cuando juega con sus compañeros, no hay recriminaciones ni insultos.
Al igual que Jony, José tampoco había jugado al rugby antes de quedar preso. “Aprendí cosas que en la calle no iba a prender, como respeto al otro, el compañerismo”, dice el chico que tiene 23 años, que está preso desde el 30 de junio de 2013 y a quien el deporte lo ayudó a entender el concepto de familia. “Traté de cambiar y estoy orgulloso”, cuenta. Dice que lo perciben también su esposa y su hija, de tres años. “Ellas se sorprendieron al verme cambiar. Mi esfuerzo por ser mejor las ayuda”.
No es casualidad que José palpara gracias al rugby lo mejor del compañerismo: es el más nuevo en su pabellón de la unidad 45, de Melchor Romero, pero en su equipo rápidamente lo nombraron capitán. “Creo que es porque siempre trato de enseñarles cosas”, dice. En esa línea, Hernán Ochotleco , entrenador de la unidad 45, remarca: “A los chicos no les interesaba conocerse, pero a partir de armar une equipo tuvieron más interés”.
Tanto Jonathan como José podrán salir de la cárcel en noviembre. Y tienen pensado jugar con Botines Solidarios, una organización que desempeña programas de rugby en zonas de bajos recursos. Brian, de la unidad 45, también dice que piensa seguir jugando una vez que salga en libertad, aunque en algún club. Él rescata el aliento mutuo entre compañeros. Y una relación madura que no se palpa en todos los ámbitos: “Acá, cuando te equivocás, podés pedir disculpas”.
Las historias personales concuerdan con los registros del Servicio Penitenciario provincial, que señala que casi no existe reincidencia entre quienes participaron del programa Libertad desde el Deporte.
Como parte del mismo, los chicos tienen tanto entrenamientos de rugby como talleres en los que deben aplicar lo aprendido en la cancha. “Antes, para los chicos, salir a la cancha era salir al choque. Lo pudieron ir revirtiendo, pudieron empezar a introducir las reglas del juego y los valores vinculados a la pertenencia a un grupo y a la integración”, reflexiona Anabella Bracco, psicóloga que trabaja en la unidad 54, en Florencio Varela. Y remarca un concepto medular que tratan en los talleres: “Ellos están presos. Pero no es lo mismo que ser presos”.
El pizarrón a un costado de la cancha dice que Los Halcones, el equipo de la unidad 9, sumó 27 puntos en la jornada, la primera de las tres que se jugarán en 2016. Lo sigue La Unión, de la Unidad 45, con 24. Los Gladiadores de la unidad 1 acumularon 22, Libertadores de la unidad 54 20 y Fénix, un equipo de adultos, terminó con 15. Poco importan los números, sino cómo se llega a ellos. Porque, acorde a la metodología del programa, los equipos no solo suman por partidos ganados, sino también por cada uno de los tres valores que se intentan transmitir: compromiso, respeto y responsabilidad. Los mismos son evaluados por el propio equipo, con acotaciones de su rival, en las mediaciones: un espacio de reflexión que tiene lugar inmediatamente después de los partidos.
El momento de la mediación.
Allí, cada equipo repasa cómo estuvo su comportamiento a nivel grupal, en su trato con el otro equipo y en cuanto a las reglas del juego. De hecho, en los partidos, no cuentan con un árbitro, si no con un veedor que monitorea las acciones. “Nosotros queremos que ellos, al salir, no respeten una regla porque hay un policía mirándolos, sino que lo hagan aunque nadie los vea”, explica Melchor Villanueva, encargado de Procesos de Desarrollo Humano en la organización. Claro, para ello, debe trabajar con los chicos: cuando un equipo pierde luego de admitir que hubo discusiones fuertes entre ellos o gestos poco nobles para con el otro, les explica que no son unos tontos, que lo que ganan con esa actitud es una valiosa enseñanza. Ellos asienten y hasta hablan del momento en el que, ya fuera de la cárcel, puedan compartir lo aprendido con la sociedad. Entienden, como dijo Jony, que la verdad los va a llevar muy lejos. Dentro y fuera de la cancha.
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