Autooooo: que el "picadito" siga vivo - Mientras jugamos un "picado" callejero todos somos iguales piensa el roquense Juan Cuccarese, quien recupera esa vieja costumbre que solíamos tener...y que ojalá no muera nunca. Un texto para disfrutar.
Por Juan Cuccarese
Si la pelota rebota en un cordón, se sigue jugando. Si sube a la vereda ya no, ya es lateral, tampoco nos pasemos de listos. Y no saques el lateral con las manos, no estamos en un estadio. Los arcos chicos, por favor, que somos pocos y jugamos sin arquero. Si, pone dos ladrillos ahí. Gracias. Cuando se escucha el grito de "AUTOOOO", se para la pelota y seguimos todos donde estábamos. No, no te adelantes, vos no estabas ahí. Si no hay un raspón grave o algo de sangre, no hay falta eh, no me vengan con mariconadas tampoco. Lo hacemos a 10, si se nos termina el tiempo y vamos empatando hacemos gol gana. El que tira la pelota lejos o la deja debajo de un auto, la busca, que no se quede sentado ni se haga el gil.
Si lo vamos a jugar, que sea después de las 5, porque antes duermen la siesta y después salen a quejarse. No, antes no, mirá que la semana pasada mamá me retó porque dice que la vecina estaba enojada con nosotros, que ella trabajaba toda la mañana y no la dejábamos dormir cuando llegaba cansada.
El gordito al arco. Si hay otro gordito, mándenlo de nueve. Listo. Hagan pan y queso, el que gana elige primero. No, pará. Que elijan los dos mejores, sino es un robo. Ahora si. Lo hacemos a 10 goles, el que pierde paga la Coca. Si el dueño de la pelota se tiene que ir, terminamos el partido como íbamos. ¡AUTOOOOO!
Seguramente no haga falta mencionar de qué estamos hablando. El escenario, inconfundible, ha sido reproducido constantemente a lo largo de los años. Siempre cambiando de protagonistas, de lugar, de clases sociales y hasta, si se quiere, de contexto histórico. Sea como sea, jueguen quienes jueguen, la escena será siempre igual.
Alguna vez escuché que, mientras giraba la pelota, dejaban de existir las diferencias. Que una persona analfabeta y un matriculado en Harvard podían jugar un partido con las mismas condiciones. Que un chico "de la calle" podía tranquilamente hacer una pared con un "niño bien". Que un hincha de Boca podía ir a trabar fuerte con uno de River y, a los dos segundos, saludarse sin ningún problema. En definitiva, que mientras hubiera un partido de por medio, al menos durante el transcurso de éste, todos eran (éramos) iguales.
La escena, ahora si lo aclaramos, nos remite a un partido de fútbol. No cualquiera, ojo. Estamos hablando de uno de los tantos partidos de fútbol en la calle. El "picadito" callejero, para ser más específicos. Se podía jugar en la calle sin nombre de una villa o en plena Mitre. Lo jugaban 20 pibes en algún lugar y 4 o 5 en otro. Lo jugaban con una Adidas Tango en una calle asfaltada o con una Pulpo –de las que ya no se ven- de goma en algún terreno donde los yuyos, las espinas y las piedras formaban un cóctel mortal para aquel que osaba tirarse al piso. Lo jugaban pibes en patas, y lo jugaban pibes calzados con el último modelo de Nike.
Estos partidos los jugaban nuestros abuelos, sus padres y hasta me atrevo a decir que sus padres también. Lo jugaban nuestros viejos, y los jugábamos nosotros. Y ahora, vaya uno a saber por qué, cada vez los juegan menos. Siguen existiendo aquellos que, en un acto que hoy por hoy debería elevarse al status de heroico, prefieren apagar un rato la computadora, agarrar la pelota y salir a buscar a sus amigos para "patear" un rato en la calle. Pero, lamentablemente, son la minoría.
Cada vez son menos los gritos de "AUTOOO" que se escuchan en la calle. Grito que, por cierto, debía ser una de las pocas órdenes sagradas de nuestra infancia/adolescencia junto con el "A COMER" de mamá. Cada vez son menos los ladrillos que hacen las veces de arco. Y cada vez son más las invitaciones para "jugar un FIFA" en la Playstation.
Se está perdiendo uno de los momentos más preciosos de la infancia, al menos para el sector que adhería al fútbol. Sin distinción de hombres y mujeres, porque también pasaba eso. Si una piba quería entrar a jugar, que entrara. Se la trataba como un pibe más. Pasa el tiempo y parece increíble que cada vez se vean menos "picaditos callejeros".
Si usted es, como yo, de los que iban caminando y al encontrar uno de estos partidos paraba un ratito a verlo, le recomiendo algo. No todo está perdido, quédese tranquilo. Diríjase a algún playón deportivo, de esos que son infaltables en los distintos barrios de nuestra ciudad. Acérquese a los complejos de fútbol cinco. Pase, un fin de semana, por las canchas de Brentana y vea los torneos infantiles.
O mejor, espere. Venga, pase por la esquina de casa. Acá, por suerte, todavía se conserva una de las costumbres más lindas que haya conocido. Acá, gracias a Dios, todavía se escuchan los pelotazos contra las paredes. Acá, por más grande que uno sea, todavía puede entrar, aunque más no sean cinco minutos, y volver a ser el pibe que veía venir un 147 y, por las dudas, gritaba "AUTOOOOO". DIARIO RIO NEGRO
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