Insaciable hambre de victoria - Por muchos banquetes que se dé, a la selección española de
fútbol no se le quita el apetito. Su hambre de victoria parece insaciable. Ya
se considere la Copa Confederaciones como postre de la última Eurocopa o
aperitivo del próximo Mundial, lo evidente es que España lo ve como un manjar
deseable.
El siempre correoso Uruguay puede dar fe de ello, aunque el resultado
le echara un piadoso capote a útima hora con el excelente lanzamiento de falta
de Luis Suárez, después de que el gol se le hubiera negado a España por
centímetros en varias llegadas clarísimas. Porque si algo mostró el partido fue
la abrumadora superioriedad del equipo rojo sobre el celeste.
Fue además una superioridad sin fisuras. La selección que
dirige Vicente del Bosque tiene grandísimos jugadores pero es, sobre todo, un
excepcional equipo. Quedó de manifiesto sobre todo en un primer tiempo
impecable, en el que no se sabía qué admirar más en el equipo español, si la maestría
para combinar interminablemente o la agónica coordinación para recuperar de
inmediato el balón las pocas veces que se perdía. Tiene que ser tremendo jugar
contra un equipo semejante, que te quita el balón de inmediato y a continuación
te le esconde como un prestidigitador. El mérito de Uruguay, que, por si
hiciera falta recordarlo, es el vigente campeón americano, fue el de asumir con
realismo su inferioridad a todos los niveles. Así minimizó los daños. No es lo
mismo una derrota honrosa que una goleada infamante.
De España impresionó su frescura. Es difícil llegar a final
de temporada con tanta energía: la que demostró todo el equipo y la que
manifestaron los jugadores más brillantes. Así un Busquets espléndido, que pudo
sobradamente con el trabajo que habitualmente comparte con el ausente Xabi
Alonso. O un Iniesta formidable, que, con su alma y su técnica de artista,
arriesgó siempre en la jugada para ganar metros y descontar rivales. O un Cesc
a su mejor nivel, ambicioso y atrevido. O un Sergio Ramos poderoso y con
carácter. O, en fin todos, desde un Arbeloa en su mejor versión a un Jordi Alba
imparable, más los teóricos suplentes, porque cuando en el tramo final del
partido Del Bosque los requirió, entraron en el equipo con una naturalidad
admirable, ya fuera Javi Martínez con su poderío, Cazorla, con su ambición o
Mata con su inteligente sentido del juego. Y aún quedaba más banquillo.
Fue un partido para disfrutar, pero, sobre todo, fue un
partido estimulante. A estas alturas del año lo normal es estar ahítos de
fútbol. Pero una selección como ésta contagia sus ganas a cualquiera.
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