La caída del imperio - Todo dicho. Un torcedor y la camiseta de la única esperanza del equipo, Neymar. El país, que históricamente fue una fuente de talentos y campeones, sufre una larga siesta, tanto a nivel selección como en equipos.
El silbido general que bajó desde las tribunas del Arena Pernambuco, de Recife, luego del empate ante Uruguay el último viernes, fue todo un síntoma. Un síntoma que se viene repitiendo desde hace varios años en cada presentación del equipo nacional. Paradojas de la arquitectura en el fútbol: la majestuosidad de los estadios de Brasil, el legado de la última Copa del Mundo, no coincide con el nivel y el talento de su selección.
Después del catastrófico 1-7 frente a Alemania con el que Brasil quedó eliminado de su Mundial, la situación de la selección en particular, y del fútbol en general parece haber entrado en un pozo ciego. Un torneo local extranjerizado, y jugadores brasileños que en Europa o en otros continentes no se destacan como en décadas pasadas son algunas de las consecuencias de este presente oscuro. Basta una prueba: la nominación de Neymar para el último Balón de Oro que ganó Lionel Messi fue la primera tras ocho años sin que apareciera un jugador brasileño en la terna. El último había sido, en 2007, Kaká, en aquel tiempo figura del Milan, luego emblema del todopoderoso Real Madrid de Florentino Pérez, y hoy exiliado en el fútbol estadounidense.
En 2007, también, fue la última vez que la selección verdeamarela festejó: fue en la Copa América de Venezuela, cuando apabulló 3-0 a la Argentina de Alfio Basile en la final. Luego vinieron dos Mundiales (el de Sudáfrica, en el que quedó afuera en cuartos de final ante Holanda; y el que organizó en su país) y dos Copas América (Argentina 2011 y Chile 2015, en ambas eliminado por Paraguay en cuartos) que evidenciaron la crisis.
La sucesión de entrenadores también dio cuenta de algo: la selección, que sufre esterilidad de talento en la tierra más fértil del mundo, además siente la falta de planificación y de coherencia en la búsqueda de sus técnicos. Pasaron Dunga, Mano Menezes, Luis Felipe Scolari, y ahora volvió Dunga. Pero los resultados nunca aparecieron.
Entre ese 2007 en el que Brasil ganó la Copa América y Kaká se convirtió en el mejor jugador del mundo y esta actualidad hubo un vacío apenas disimulado por la aparición de Neymar, el único jugador al que apela Dunga para generarles una sonrisa a los torcedores de la selección, cansados de los traspiés.
“En el fútbol brasileño hay una decadencia cultural que lleva ya bastante tiempo. Hubo una continuidad de entrenadores que apostaron a un Brasil más contundente, más aguerrido, más físico, desconociendo lo que es su historia”, reflexionó hace poco César Luis Menotti en una columna para la agencia DPA. Menotti, que gozó y sufrió de cerca a Pelé, Rivelino, Tostao, Garrincha o Clodaldo, lamenta que la selección actual no pueda exhibir más que las gambetas del crack del Barcelona, compañero y amigo de Lionel Messi y Luis Suárez. Los que siguen a Neymar en la selección –acaso Willian, Fernandinho o Dani Alves– están muy lejos de su nivel.
Empezar por casa. El problema brasileño también se evidencia en los planteles de sus principales clubes, que hoy miran más afuera que adentro. La búsqueda de goles argentinos para suplir la falta de los locales ya dejó de ser una moda y se convirtió en una regla, a la que también se sumaron colombianos, paraguayos y uruguayos.
Los cinco clubes que participan en la actual Copa Libertadores –Corinthians, Gremio, Atlético Mineiro, Palmeiras y San Pablo– tienen entre sus principales figuras a futbolistas latinoamericanos. El caso de Jonathan Calleri en San Pablo es el más reciente, y el de Lucas Pratto, actualmente en el Mineiro, el más resonante: el ex goleador de Vélez reconoció que Dunga lo llamó porque lo quiere incluir en una selección con jugadores locales. Sólo faltaría que se nacionalice.
Sin embargo, ni el parche de los extranjeros puede devolverles el protagonismo. En las últimas dos ediciones de la Libertadores y de la Sudamericana los equipos brasileños no llegaron siquiera a la final. En eso también hay una explicación del vacío que sienten los hinchas cuando, en el país del fútbol, ven a su selección.
Tampoco zafa la CBF.
El Fifagate dejó a la dirigencia del fútbol brasileño en una crisis similar a la que existe dentro de sus canchas. En enero, el presidente de la CBF, Marco Polo del Nero, pidió una licencia de 150 días para defenderse de las acusaciones de la Justicia de EE.UU., que lo involucró, como a sus antecesores Ricardo Teixeira y José María Marín, en el entramado de sobornos vinculados a la venta de derechos televisivos en el fútbol.
El lugar de Del Nero fue ocupado provisoriamente por uno de los vices, Antonio Carlos Nunes Lima, un hombre de 77 años que es el titular de la Federación de Fútbol del estado de Pará, al que llaman “el Coronel”. Uno de los que se puso al frente de las investigaciones sobre el rol de la CBF y sus presidentes es Romário, campeón mundial 1994, hoy senador por el Partido Socialista Brasileño. Escribe Agustín Colombo
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