Motoviajeros: un motor, dos ruedas y un camino a la
aventura - A los integrantes de los 'motogrupos' no sólo los une la pasión
por el motociclismo, sino también el espíritu inquieto que los empuja a hacer
travesías.
Los hombres que emprenden un viaje en motocicleta saben que
no contarán con techo ni rueda de auxilio. Ese primer riesgo ya promete una
aventura. Después vienen la ruta, el vértigo, el rugido compañero del motor,
los cambios de temperatura, los aromas de la travesía... atravesar esa cortina
de sensaciones hasta formar parte del paisaje. Los hombres que viajan en
motocicleta aseguran que este peregrinaje lleva hacia el encuentro con uno
mismo, hacia la reflexión. "Vamos en grupo, pero cada uno sumergido en su
propio mundo entre la máquina y el camino", revela Javier Soraide,
integrante de los Power Custom, uno de los tantos grupos de motoviajeros que
hay en Tucumán.
Así, los amantes de viajar en moto se fugan hacia una
carretera que es a veces cordillera, otras veces desierto, otras un salar o un
pueblo olvidado y desconocido. "Vamos en manada, es cierto -continúa
Soraide-, pero es una manada de lobos solitarios".
El sentimiento
Estos aventureros aseguran que viajar en moto genera una
sensación de libertad. El motor que los agita no es el ansia de llegar sino el
placer del recorrido, disfrutar del tiempo suspendido en el camino entre dos
lugares. Un día cualquiera, un motoviajero une San Miguel de Tucumán con Tafí
del Valle sólo para tomar un cafecito y volver, como lo hace
periódicamente Julio Vaca, del motogrupo Dejando Huellas.
Un motoviajero adicto a las rutas no tiene pudor en afirmar
que realizó tres viajes desde Tucumán a Ushuaia, como es el caso de Jorge
Castro, integrante de los Power Custom. La primera vez que atravesó esa
distancia fue en 1970, piloteando una Zanella 125. "Mi abuelo andaba en
moto desde 1904 y transmitió esa pasión a mis padres, mis padres a mí y yo a
mis hijos. Hoy hasta mis nietos me acompañan en la ruta".
Para entender el entusiasmo de esta raza motera basta con
citar la anécdota de Soraide acerca de la vez en que la instalación eléctrica
de su moto se dañó horas antes de partir hacia una expedición: "contaba
sólo con la plata para el viaje. Aún así me fui a una casa de comercio, pasé la
tarjeta de crédito y me compré una Honda 100. Jamás pensé en irme en auto o en
bondi porque uno tiene sentimiento motero".
Los portadores de ese sentimiento son, en su mayoría,
hombres. Pero también pueden encontrarse algunas mujeres entre las filas sus
filas. Daniela Sánchez (24) del Club FZ, estudia Recursos Humanos y
se define como una amante de la adrenalina, aunque resalta que siempre se
sintió segura y protegida por sus compañeros de viaje: "Tuve una moto de
250 cc hermosa, pero mi viejo la vendió porque, según él, estaba descuidando la
carrera -se ríe la joven-. Apenas me reciba me compro otra".
Unión motera
En Tucumán, los diferentes grupos de motoviajeros han
comenzado a unirse con el fin de fortalecer la concurrencia y periodicidad de
los motoencuentros en la provincia y, a su vez, facilitar la
interacción entre ellos y con el resto de la región.
"Porque el sentimiento motero es uno solo
-afirma Roberto Caro Fournier, líder de los Maiden Brothers-. Ojalá un día
logremos unir a todos los grupos de viajeros de Tucumán primero, y de la región
después, para que seamos una familia".
En ese sentido, el 1 de mayo pasado se realizó en Salta el
primer concilio de motoviajeros del norte con el fin de hacer un cronograma y
apoyar los encuentros.
"Un motoviajero se caracteriza no sólo por su espíritu
aventurero, sino también por su esencia solidaria. Jamás abandonamos a un
compañero en la ruta. Por eso sería bueno que se logre esta unión, más allá de
los tamaños, cilindradas y tipos de motos. Todos compartimos la misma
pasión", explica Miguel Palomino, del Aconquija Motor Club.
Ruedas en el camino
La percepción que estos aventureros tienen de sus motos
varía según la persona. Algunos las definen como amigas, otros como amantes,
muchos como sus compañeras. "Las motos dos tiempos son unas locas
desatadas; las cuatro tiempos, fieles como los perros -observa Vaca-. Este
vehículo es una extensión de nuestro cuerpo que nos permite viajar a mayor
velocidad. Pero es sólo una máquina, el alma la pone uno".
Ese es el sentimiento que los une. A bordo de sus motocicletas
algunos han conocido el árido desierto de Atacama o desafiado la cuesta de
Lipán, en Jujuy, recorriendo una zigzagueante y empinada ruta que trepa como
una víbora hasta los 3.800 metros de altura. Quizás en este mismo momento uno
de ellos se encuentre en viaje respondiendo a ese impulso constante que los
obliga a poner las ruedas en el camino. "Sí, es verdad que las motos son
peligrosas -concluye Vaca-, pero ¿acaso no es peligrosa la vida?"
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